martes, 10 de abril de 2012

¿Adivinad que? He vuelto...


                Que el amor reine sobre mí. Dejad que el amor tenga poder sobre mí y sea él quien me controle. Dejar libre al amor….
El amor cae donde quiere y como quiere. Obra a su libre albedrío y no podemos hacer nada para evitarlo. El amor gobierna sobre nosotros, y diciendo la verdad, no somos nada. Cuando el amor cae, como la lluvia, puede ser una lluvia fina que te moja la cara y te hace sonreír, porque es una lluvia alegre, o puede ser una lluvia plomiza, que te hace sentir pesado, impotente, porque te cala, te aplasta, y da igual con que te tapes, porque te moja igual. El amor puede ser alegre como la lluvia fina en un día soleado, pero puede ser el amor pesado que te hunde con su propio peso como la lluvia que te ahoga. Sin embargo, también puede refrescar, como esa lluvia que no llega a serlo, sino que es como una cortina que aparece en la nada y al atravesarla te refresca de nuevo. Y aun así, puede ser un vendaval, con una lluvia mezclada con viento, el torrente del amor que te lleva a la perdición, y puede que esa lluvia sea tan inclinada y tan acelerada que duela. El amor, como la lluvia, duele, y nadie me va a decir que no. Esa lluvia que te golpea y se te clava en la cara, que se te mete en los ojos y te hace llorar. Como el amor. Te hace llorar. Esa lluvia que con su fuerza te hace caerte y perder el control de ti mismo, dejándote maltrecho, sin saber a dónde ir ni cómo volverte a levantar.
            No podemos controlarlo. Cae sobre nosotros, y lo mejor es dejarlo en caída libre, y disfrutar cuando nos empapa como la lluvia, procurando que esa lluvia amorosa, sea la mejor de la mejor, y siempre, siempre nos haga sonreír. Debemos pararnos el día que más llueva, dejar que la lluvia caiga sobre nosotros, y cuando estemos totalmente empapados, mirar al cielo, desafiando a las gotas que van a por ti, y gritar de felicidad, porque será señal de que el amor viene a por ti… O quizás la lluvia ya no caiga más. Quizás el amor y tú os hayáis dejado de buscar y cada uno vaya ahora a su puta bola, pensando que algo mejor habrá que hacer.
            Se equivocó Bruce Lee. No es el agua el que puede fluir o golpear. No es el agua de la lluvia, sino el amor que cae como la lluvia, y puede correr dentro de ti, puede fluir, puede hacerte sentir vivo. O puede golpearte. Puede destruirte y acabar contigo en un momento, y no habrá nada ni nadie que te pueda arropar de ese temporal que va al acecho. Nada. Estás solo en tu batalla contra la lluvia, y vas a perder. Sí o sí.
El amor, digáis lo que digáis, duele. Duele mucho. Nos gusta idealizarlo. A mí mismo incluso me gusta idealizarlo, hacer de ello algo precioso, como habéis visto. Una maravilla, por así decirlo. Pero no. No es un camino de rosas. No consiste en seguir las baldosas amarillas al reino de Oz. Es un camino empedrado y cuesta arriba. Sin zapatillas, descalzo. Con los pies sangrando y llenos de heridas. Con lágrimas en tus ojos cayendo por el dolor.
Ese camino sufrido es el amor. Algunas veces llegarás a la cima y sentirás que has acabado el camino, pero el más leve movimiento de tierra, te manda debajo de ese camino, y la caída dolerá. Dolerá mucho, y volverás a sentir ese dolor. Y entonces intentarás subir, y cada vez que caigas te costará más subir. Y llegará el día en que no puedas más. Llegará el día que de tanto caer, por tonto, por capullo, por gilipollas, por cualquier cosa, estés abajo, y no tengas fuerzas ni siquiera para moverte, y te quedes viendo esa cuesta imposible que algunos suben y tú ya no puedes, porque te has caído demasiadas veces como para volver a intentarlo, esperando un rayo de esperanza que te de fuerzas para que la lluvia vuelva a bañar tus pies doloridos y quizás, algún día, te plantees subir otra vez. Pero de momento, te quedarás abajo esperando…. Porque ya no hay nada que hacer….





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He vuelto. Proximamente, lo prometido.

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